Se podría decir que nuestro cerebro funciona en analógico. La vida que nos rodea, nuestras experiencias y recuerdos se almacenan en forma representativa, aleatoriamente, y de estas formas incorpóreas surgen nuestros sueños, las pesadillas y sucedáneos oníricos. Como si multitud de manecillas (no siempre exquisitamente precisas ni exactas) apuntasen a áreas dispares entre la compleja red de neuronas que comprende nuestro mundo interior. Con el paso del tiempo, o por alguna enfermedad o accidente, se descontrolan, se oxidan, o simplemente señalan direcciones incoherentes. Como un reloj que atrasa o adelanta. Con las horas perdidas.
Nuestro cerebro es un gran máquina analógica que necesita comprender con aquello que interactúa, incapaz de dar saltos adelante o hacia atrás. Pero las máquinas, los ordenadores, la inteligencia artificial, es digital. Todo se encuentra de una forma estructurada... (seguir leyendo en Revista Ordenadores)
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