Los que hemos tenido la suerte (o la desgracia) de pasar bastantes años de nuestra vida viviendo en algún pueblo pequeño, normalmente no teníamos la posibilidad de disfrutar de los relojes en nuestro entorno paisajístico. En mi caso no teníamos reloj ni en la torre de la iglesia, y ni siquiera en la estación de trenes, la cual no era más que un simple apeadero.
Cuando, años después, nos trasladamos a la ciudad, los relojes tampoco tenían cabida en nuestro barrio de la periferia. Este elemento estaba destinado únicamente a los barrios más céntricos y ricos. Hubo un proyecto, sin embargo, para la adquisición de relojes de estilo gótico construidos en hierro forjado, que adornaran las esquinas de las mayores avenidas y plazas. Pero los gustos del alcalde eran muy caros: cada unidad costaba la friolera de 6.000 €. Al final el consistorio adquirió un par, que colocaron -y que aún permanecen- en las calles más céntricas, junto a los edificios de más rancio abolengo.
Por fortuna la tecnología llegó en nuestra ayuda y lo que no fue capaz de realizar el ayuntamiento lo hizo la empresa concesionaria de las marquesinas de publicidad, instalando en muchos de sus paneles un reloj tipo "Flip Flop" (también conocidos como de persianas automáticas).
Pero antes de todo eso, cuando adquirir un reloj era algo que no estaba al alcance de todo el mundo, y la irrupción de los teléfonos móviles aún estaba muy lejos de producirse, la gente se "buscaba la vida" como podía. Algunos pulsaban los parquímetros, en cuyos displays se podía visualizar la hora. Otros, como yo, conocíamos las zonas estratégicas donde estaban instalados los pocos relojes públicos que había (y que podías consultar si, con un poco de suerte, no estaban estropeados, que la mayoría de las veces lo estaban). Incluso había gente que se guiaba por el reloj del billete del bus. Para todo amante de las matemáticas este último método le resultaría sin duda sumamente atractivo, pero también era un tanto estresante calcular el paso del tiempo entre autobús.
La mayoría de la gente de hoy no puede imaginarse el suplicio que suponía no saber qué hora es, cuánto has tardado o cuánto tiempo has pasado fuera de casa o realizando una tarea. El tiempo, que es algo vital y que, sobre todo en las ciudades, marca nuestra vida y nuestra rutina, se convierte en un verdugo más implacable aún al no poder conocer su inexorable paso.
Un día mi madre llegó con un reloj de Casio, metálico. Ella no quería perder el tiempo con aquéllos "raros" dígitos, y dejó que me buscase la vida con él. De aquel reloj sólo recuerdo una cosa: su pez azul. Yo me preguntaba qué significaría aquél pez, pero aún más me preguntaba para qué servían todos aquellos botones, y no me cabía en la cabeza el por qué un reloj necesitaba tanto botón para funcionar. Pero la intuición del diseño de Casio vino en mi ayuda, y en una tarde averigüé por mí mismo sus funciones y cómo ponerlo en hora. Ya no necesitaba los relojes de las calles. Ya no me importaba si el alcalde se compraba tal o cual reloj para ponerlo en las aceras, o si los relojes públicos estaban estropeados. Me sentía por fin dueño de mi tiempo.
Los relojes como riqueza de unión cultural
Creo que los relojes públicos, aparte de su indudable utilidad y función social, cumplen un papel didáctico primordial para los niños. No sólo despiertan en ellos su curiosidad para "leer la hora", sino que los relojes tienen también su propio lenguaje que facilitarán en el desarrollo intelectual del niño algo que le va a resultar muy útil para el resto de su vida: el pensamiento abstracto. El reloj es el "primer idioma" ajeno al materno que aprendemos, en donde nos indica que, según la posición de las agujas, el sentido del tiempo y lo que nos dice cambia completamente. No sólo eso. La mayoría nos hemos introducido a una numeración fuera de nuestro sistema convencional con los números romanos, abriéndonos no ya una puerta a la historia: también a otras civilizaciones.
Los relojes son puertas de entrada a ricos convencionalismos, a crípticos secretos y claves, y a mundos de una variedad asombrosa. Con sus variaciones el niño aprende que hay variedad de formas para solucionar un mismo problema, y que hay que ir siempre más allá de las propias apariencias, profundizar en el fin y el sentido último.
Lo mejor de todo es que eso lo aprende de una manera natural, casi inconsciente, como un juego, que es la mejor manera de aprender y de resultar instructivo.
Los chavales aprenden también que el mundo no se reduce a su pequeño cuarto de estar, sino que es mucho más grande, con diferencias horarias que marcan otras formas de ver la vida y de contemplar el paso de los meses y las estaciones. Y es que no hay nada más solidario y universal que un reloj, puesto que en su esfera se abrazan y unen todos los usos horarios de los continentes de toda la Tierra sin importar cual lejos estén. Sólo hay que echarle un vistazo al reloj mundial de nuestro móvil (o del reloj de nuestra muñeca) para darse cuenta que, sólo pulsando un botón, podemos saber la hora de la parte del mundo que queramos o en la que estemos (o en la que estén nuestros seres queridos).
Desde los estamentos oficiales se debería potenciar este lado didáctico del reloj, añadiendo entre el mobiliario urbano relojes con numeración romana, con esferas de doce y veinticuatro horas combinadas, ana-digi, y un largo etcétera. Y no sólo mediante relojes digitales (que tampoco están mal), sino con relojes en múltiples formatos y diseños. No es necesario gastarse miles de dólares o euros para instalar este tipo de relojes, ni hace falta que posean tecnología GPS, cualquier reloj actual gracias al cuarzo ofrece una exactitud muy meritoria sin apenas mantenimiento y a un precio minúsculo.
Impulsando la riqueza de los relojes estaremos colaborando a un futuro mejor para el planeta, y a una sociedad más justa y solidaria.
| Redacción: Zona Casio
Buena exposición sobre los relojes ayer y hoy. Efectivamente el reloj forma parte de nuestra cultura y ya tenemos otra utilidad más reflejada en este artículo, aparte de todas las ya comentadas en anteriores artículos y comentarios.
ResponderEliminarSi a alguien le interesa este interesante artículo, recomiendo leer también el titulado "La horología" en el blog de Guti.
Estos artículos hacen aún más ameno y versátil, si se puede, este estupendo blog.
Gran articulo, tipico "zonacasio" cien por cien. para enamorarnos de nuestros relojes. esta genial que alguien nos recuerde de cuando en cuando que los relojes que usamos no son meras maquinas.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarMuchas gracias por la recomendación del post Francisco Frivero.
ResponderEliminarPara el resto de comentaristas, es la horología.