Entre las múltiples causas que llevaron al fatal desenlace del descarrilamiento del tren, anteayer, en Galicia, se añadía una más: el tiempo. El tiempo, esa unidad tan imperceptible pero tan valiosa (y valiosa porque, precisamente, no tenemos mucho) parece estar entre el cúmulo de fatalidades que llevaron a que decenas de personas perdieran la vida de camino a Santiago de Compostela.
Obviamente, ese suceso merece un análisis pausado y concienzudo, pero también queremos aprovechar para hacer una reflexión. Como ya se publicó en muchos medios, los maquinistas son "castigados" si llegan con retraso a su destino (de hecho, Renfe tiene compromisos de devolución del importe del billete si el tren llega con determinado tiempo de retraso). No creo que esa fuera la principal razón de la tragedia, porque sino tendríamos accidentes similares cada día, pero muy posiblemente esté entre las causas.
Y es aquí cuando surge la reflexión: ¿de verdad importa tanto llegar cinco minutos tarde o temprano? ¿Hasta esos extremos hemos llegado a ser esclavos del tiempo?
Ya hemos dicho en otras ocasiones que la sociedad actual ya no mide el tiempo en minutos, sino en segundos, o en décimas de segundo. Esto es una consecuencia indirecta de la generalización de los relojes de cuarzo, que han permitido que todos podamos ser tan exactos como las centésimas de segundo. En un reloj mecánico un minuto arriba o un minuto abajo no tiene mayor importancia, y si tu reloj tenía una diferencia de cinco o seis minutos respecto al de tu compañero no era nada grave. Pero hoy en día estamos dominados por el señor de la exactitud.
No he podido evitar, en estas últimas horas, y mientras redactaba este post a primera hora de la mañana, dejar de recordar los trayectos que hacíamos antiguamente en el pueblo. Allí el único medio de comunicación era un tren regional (hoy desafortunadamente desaparecido con la llegada de todo el maremágnum de "la modernidad") que usaban los vecinos masivamente. Recuerdo vívidamente el tiempo de espera en la estaciones. El tren podía llegar a y media, como podía hacerlo a menos veinte o a menos cuarto, dependiendo de los días, y en el interior de la estación había un viejo reloj de hierro forjado con números en latín y esfera envejecida, delante de los bancos de madera donde la gente se quedaba sentada, cuya hora pocas veces coincidía de forma exacta con el que lleváramos en nuestras muñecas.
Esa manera de ver las cosas casi no existe en las grandes ciudades cosmopolitas de hoy, y en nuestro frenético ritmo cotidiano. Las prisas, la velocidad, en último término: el tiempo, el llegar antes y pronto, ha causado y causa muchos accidentes en el transporte de viajeros y mercancía. Una antigua advertencia de Tráfico decía: "vale más llegar tarde que no llegar". Vale más llegar tarde porque aunque el tiempo no se detiene, al menos lo podremos contar.
Nota: Nuestras condolencias a todos los heridos y familiares de las víctimas, y a nuestros lectores gallegos. Os acompañamos en vuestro luto y dolor.
| Redacción: Zona Casio
hace poco un accidente de autobús y luego este, no se si será casual, pero llevo años diciendo que los autobuses van a mucha velocidad, podian limitar la velocidad de alguna manera con algun sistema, a 100 por ejemplo, todas las precauciones son pocas cuando juegas con la vida de muchas personas
ResponderEliminar