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5.10.2018

Contando el tiempo


Uno de los más gratos recuerdos cuando vivía en el pueblo era cuando subía hacia las montañas. A diferencia de la ciudad, allí la montaña estaba casi a las puertas de casa, y caminar hacia ella en una tarde desapacible otoñal era una de las experiencias más relajantes que he conocido. Mucho mejor que una sesión de yoga o una terapia psicológica. La tranquilidad de caminar durante horas por una carretera de montaña en la que no te encontrabas a nadie, y solo se cruzaba muy de cuando en cuando algún pequeño camión todo-terreno con troncos, proveniente de los montes más altos, es algo que siempre hecho de menos.

Durante el descenso podía cambiar el clima y nublarse de improviso un cielo que al salir de casa lo habías visto totalmente despejado; las frescas rachas de viento que acariciaban tu rostro, y el sonido de tus pasos. Solo eso. Solo tus pasos, caminando por los bordes de la carretera, durante mucha distancia sobre firme de tierra.




Resulta curioso que nunca sentí la necesidad de un reloj allí: regresaba cuando podía, a hora incierta, no era necesario ceñirse a unos horarios estrictos por las obligaciones.

Aquella libertad es difícil que regrese. Ahora controlo el tiempo porque aunque me vaya a lo más recóndito, tengo que volver a determinada hora, hacer tal tarea, cumplir tal obligación...

Y entonces el tiempo pasa a ser algo imprescindible, lo vas dividiendo, fraccionándolo, "contándolo": de tal a tal hora tengo que estar aquí..., hasta tal hora puedo ir al sitio "equis" para regresar a tal hora...


Normalmente ya ni cuento el tiempo, no me interesa la hora del día, sé el tiempo del cual dispongo, y prefiero arrancar un cronógrafo "y dejarlo rodar". Hasta que vea que han pasado determinadas horas o minutos.

Me tranquiliza, al menos, saber que dispongo de cronógrafos de veinticuatro horas. Y quizá me ilusiono por jugar a que las tengo todas para mí. Mientras veo cómo pasa deprisa el tiempo en las centésimas de segundo. Otra hora más que cae. No suelo calcular las que quedan, pero con un cronógrafo sabes siempre las que has consumido. Y una vez agotadas las que tenías para ti, entonces sabes que tienes que volver.



| Redacción: ZonaCasio.com / ZonaCasio.blogspot.com

5 comentarios:

  1. Bonito post. Fijaros que comprendo totalmente lo que decís. El caminar en solitario y en silencio escuchando las pisadas sobre la tierra y las ocasionales ramas troncharse es algo relajante.

    Caminante, y sus pensamientos en el camino.

    Sin embargo, la señal horaria siempre me ha ayudado a disfrutar más de esos momentos, pero sin tener que ser consciente de mirar la hora. Estar paseando y escuchar el bip-bip que te indica que son las 7 y ya llevas 2 horas fuera es como si algo me recordara que he pasado 2 horas disfrutando, pero sin el agobio de tener que explícitamente consultar el reloj.

    El vídeo me ha gustado mucho, una idea aparentemente sencilla, pero muy bien llevada. Momentos en forma de fotografía que pasan encima del reloj (tiempo inexorable).

    La banda sonora, me ha gustado. De mi estilo música contundente, pero con letras trabajadas.

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    Respuestas
    1. Gracias Guti. El vídeo me apetecía poner algo, y en youtube cada vez hay menos contenido de G-Shock y de old-schools, con esto de los copyright e historias se han cargado muchísimas cuentas, así que nada, habrá que aportar algo de material propio aunque sea con un presupuesto de cero euros y con producción deprisa y corriendo. Imaginación ya sabes tú que no falta, de hecho tenemos imaginación hasta para un Imperio (de hecho, dos) :D

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  2. Que buena narración, aplica para un cuento muy apreciable.

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  3. Buen relato, como siempre, además de ameno.

    El tiempo es la brújula del alma, cuyo Norte apunta a la esperanza.

    En el tiempo presente "el más importante" deberíamos tomar siempre al Norte, como referencia de nuestra vida.

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  4. Yo recuerdo en los años 80 subir a una de las montañas que rodean mi pueblo una mañana de sábado, como siempre solía llevar uno de mis Casios junto con mis prismáticos Super Zenith madre in Japan comprados en el mismo bazar relojería donde compraba mis preciados relojes, eran mis compañeros inseparables.
    Mirar los secos paisajes de mi tierra y el movimiento de los dígitos de mi Casio de turno aquellas mañanas nunca lo olvidaré.
    Ahora por culpa de una enfermedad muscular no puedo ir a las montañas y mis Super Zenith llevan 15 años criando polvo pero mis relojes favoritos me siguen dando muchas alegrías.

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